Gema Freire.- El Hospital monográfico de la Comunidad de Madrid entró en servicio el 21 de marzo, apenas 18 horas después de que se iniciaran los trabajos para su puesta en funcionamiento, es decir, en tiempo récord. Desde ese momento, se convirtió en un símbolo de la lucha frente al Coronavirus. El Hospital Covid-19 IFEMA llegó a contar con un total de 1.350 camas, alcanzando un 100% de ocupación, si bien estaba preparado para poder aumentar su cobertura hasta duplicar, como mínimo, el número de camas.
Tales dimensiones lo convirtieron en el mayor centro hospitalario de España, y su éxito fue tan significativo, que hasta la Organización Mundial de la Salud trasladó sus felicitaciones por el trabajo clínico asistencial que se estaba realizando en el seno de los tres pabellones que se habilitaron a tal efecto.
José María Santamaría es uno de los Supervisores del Equipo Directivo de Enfermería que hizo posible que el recinto ferial IFEMA se reconvirtiera en hospital plenamente funcional casi de la noche a la mañana.
Santamaría es Enfermero y Doctor por la Universidad de Alcalá en Ciencia de la Computación, especializado en sistemas basados en conocimiento, inteligencia artificial y robótica relacionada con el cuidado. Asesor de Presidencia y miembro de la Comisión Científico-Técnica del Colegio de Enfermería de Madrid, tutor de residentes de Enfermería Familiar y Comunitaria en el Centro de Salud de Meco de la Dirección Asistencial Este de la Comunidad de Madrid. A pesar del currículum, Santamaría se define como un Enfermero Asistencial.
El pasado 27 de marzo cambió su labor clínico-asistencial para trasladarse al Hospital Covid-19 IFEMA y asumir funciones en la gestión dentro del equipo conformado por su Directora de Enfermería, Verónica Real Martínez.
¿Cómo ha sido la experiencia de trabajar en Hospital Covid-19 IFEMA?
Comprometida y enriquecedora. Yo había desarrollado una labor gestora como Subdirector Asistencial en dos Áreas Sanitarias de la Comunidad de Madrid antes de optar por finalizar los estudios doctorales, que considero necesarios en el desarrollo profesional de Enfermería, y desde luego en la gestión. Actualmente, me había centrado en el desempeño clínico enfermero y en la formación de especialistas en Enfermería Familiar y Comunitaria y estudiantes de doctorado, lo que me permitía estar en contacto constante con la investigación enfermera. Y entonces, con la declaración de Pandemia por parte de la Organización Mundial de la Salud, y ante la creciente presión sobre el sistema de salud provocada por el aumento de personas afectadas por el SARS-CoV-2, el Colegio de Enfermería de Madrid consultó mi disponibilidad para acudir a desarrollar labores de gestión en el Hospital Monográfico, que se había abierto, dado mi perfil.
Yo ya me había ofrecido para acudir a ayudar clínicamente los fines de semana, compatibilizándolo con la asistencia enfermera a mi población de referencia, pero el caso es que, al final, el 27 de marzo por la noche, a los 6 días de abrirse el Hospital Covid-19 IFEMA, y en un contexto generalizado de incertidumbre, me incorporé al Equipo Directivo de Enfermería para colaborar en la gestión de cuidados durante la noche.
Personalmente, al llegar no sabía qué me iba a encontrar, o qué situación de partida debía afrontar. En aquellos primeros días, existía bastante desconcierto informativo y la situación era de plena contingencia. Afortunadamente, me encontré con un equipo magnífico, que tenía una disposición absoluta y una visión clara de la organización desde la perspectiva del cuidado. Gracias a ello, y al conjunto de enfermeras y enfermeros que desde Atención Primaria de Salud, SUMMA-112, SAMUR- Protección Civil y Hospitales, pudimos ir haciendo frente a la ingente cantidad de cuidados que eran necesarios y que debían coordinarse con el propio montaje y desarrollo del hospital.
Había que organizarlo todo desde cero, pero la totalidad de los implicados mantuvo el principio constante de hacerlo lo mejor posible, basándose en su conocimiento clínico y en su experiencia, no una vez, sino cada vez que se tenía que abordar una situación, centrándose en lo que necesitaban, o podían llegar a necesitar, las personas que atendíamos.
Fueron momentos duros e intensos, pero todo el mundo comprendía la urgencia de la situación y la necesidad de arrimar el hombro. Estoy encantado de haber podido desarrollar mi labor profesional allí y esto es, en gran medida, por la gente con la he trabajado.
¿Cómo estaba organizado el Hospital Covid-19 IFEMA?
Las personas que atendíamos procedían, derivadas, de distintos hospitales de la Comunidad de Madrid que, debido a su situación, requerían de unos cuidados especializados a nuestro cargo.
A su llegada, se realizaba una primera valoración con objeto de determinar el estado de salud con el que ingresaban intentando, en la medida de lo posible, ubicar a los pacientes según niveles en las distintas unidades (controles) de Enfermería, con 50 camas cada una.
Durante el día, la responsabilidad de atención del cuidado de la salud corría a cargo, fundamentalmente, de enfermeros provenientes de Atención Primaria, incluidos los residentes de la especialidad de Familiar y Comunitaria, y durante la noche y en los festivos, en las guardias, el peso de la atención recaía principalmente en enfermeros de SUMMA-112 y, en cierta medida, del SAMUR – Protección Civil. Esto tanto para las unidades de hospitalización normal como para las unidades de cuidados intensivos, si bien en éstas se contaba con enfermeros voluntarios de Hospitales, de Atención Primaria, SUMMA-112 y del Ejército, con este perfil.
En el Hospital Covid-19 IFEMA se llegó a tener abiertos tres pabellones, el famoso pabellón 5, de casi 11.000 m2, que era el que inicialmente salió en las noticias por ser el primero que se montó, en el que las camas de los pacientes aparecían alineadas, sin paneles de separación, y que luego dio paso a otros dos, el pabellón 9 y el pabellón 7, de casi 22.000 m2 y 17.000 m2, en horizontal. Estos pabellones disponían de una estructura clínica formal y posibilitaron vaciar de pacientes el inicial pabellón 5.
Así, con sus 25 controles, que poseían distintos nombres de pueblos de la Comunidad de Madrid, y sus 12 unidades de cuidados intensivos, se pudo hacer frente a la inicial situación de urgencia, pasándose de una protocolización inicial, basada en la gravedad clínica, a desarrollar una estructura de atención basada en casi cincuenta documentos técnicos y procedimentales entre los que se incluía un Manual de Planes de Cuidados de Enfermería bajo Paradigma NNN y Paradigma CIPE, disponible tanto en castellano como en inglés. Además de contar con la colaboración del Proyecto Codem-educa del Colegio de Enfermería de Madrid, junto con la Sociedad Científica Madrileña del Cuidado (SOCMAC), para el diseño de recomendaciones al alta de las personas que atendíamos.
Y es que, si bien, al principio nos encontramos con la realidad de un Hospital que se ha de hacer desde cero y que a diferencia del procedimiento habitual en el que primero se diseña, dota, organiza, etc., y posteriormente, se admiten pacientes, en el Hospital Covid-19 IFEMA fuimos desarrollando a la par su estructura funcional y la asistencia de nuevos pacientes, asumiendo una presión de crecimiento exponencial. Pero en todo momento tuvimos claro que el objetivo era lograr implementar todas las funciones de un hospital tradicional; por lo que se llegaron a desarrollar los circuitos de calidad, un plan de docencia para la actualización clínica, sistemas de desarrollo tecnológico y apoyo mediante inteligencia artificial al cuidado y un conjunto de investigaciones con objeto de hacer patente, en el año de la Enfermería, que como disciplina somos capaces de lograr lo inimaginable.
Y el motor de todo ello era el compromiso con las personas que atendíamos en una situación de salud complicadísima clínicamente, que ingresaban con mucho temor, y a los cuales nos debíamos, desde la atención a sus necesidades, tanto las más básicas (como la higiene, la vestimenta, la alimentación, la iluminación adecuada para posibilitar el descanso y mantener el velo por la salud de Enfermería…), a las más específicas y tecnológicamente más complejas (como la provisión de medicación y su adecuación mediante pauta, las diversas pruebas diagnósticas que estas personas requerían, etc.) e incluso en aquellas situaciones en las que requería una suplencia total en el cuidado; y todo ello sin olvidar sus sentimientos, relacionados con el proceso que vivían, con la familia y la situación social que dejaban atrás, apoyando, dando momentos para el recreo y fuerza más allá del mero soporte físico.
El Hospital Covid-19 IFEMA ha sido, fue, un hospital centrado en el cuidado desde una perspectiva comunitaria, integrada en tanto en cuanto tenía en cuenta la situación de la persona ingresada, pero igualmente el entorno familiar y social al que dicha persona debería volver y en el que debería continuar gestionando su cuidado hasta su recuperación. Y todo ello en un contexto de protección que hacía necesario el empleo de Equipos de Protección Individual (EPI) desde la entrada en cualquiera de los pabellones, lo que suponía un reto físico, procedimental y comunicativo.
La verdad es que debo decir que, en este sentido, la concienciación de las personas ingresadas, que podían circular por los pabellones e interactuar entre ellos además de con las Enfermeras, era ejemplar en el empleo de mascarillas, el respeto de la distancia de seguridad y el seguimiento de las recomendaciones clínico-terapéuticas que pautaban las enfermeras.
¿Este tipo de organización invita más a la humanización de los cuidados?
La verdad es que, parto de la base, diría incluso axiomática, de que el cuidado al otro siempre es humano y si no lo es, es que se ha cosificado, se le ha desvestido de su esencia desmenuzándolo en partes, en actos aislados. Una partición del cuidado, quizá eficaz en términos de gestión económica pero que nada tiene que ver con Enfermería, pues a través de esa división del cuidado a otro ser humano se pierde su significación y a la postre diluye el valor de la persona cuidada. Al fin y al cabo, una persona lo es en función de cómo se cuida, como cuida, como la cuidan, cómo recuerda que fue su historia de cuidado y la preocupación que le otorgó a todo ello.
Si se está hablando ahora de esto, de la humanización de los cuidados (que curiosamente no sé si uno se da cuenta de que se afirma implícitamente que existen, en determinadas instituciones, cuidados deshumanizados), es porque quizá como ya he apuntado, durante un tiempo el foco de atención del sistema sanitario dejó de ser la persona para resituarse en la atención a un determinado proceso de salud. Un proceso al que se le asignó un coste que podía ser minimizado en términos económicos gracias al fraccionamiento del cuidado humano (ese integral e integrado que se le suele llamar holístico o “bio-psico-social” para caracterizarlo bien de forma difusa o bien, de forma conjuntiva, lo que ya en sí adolece de lo que estábamos comentando de la partición de éste) para poder así hablar de eficiencia e incluso de la externalización de su atención. Pero si algo ha dejado esta pandemia es que la misma genera un síndrome, cambiante, difuso, que afecta al ser humano y a la persona que ésta es; en realidad afecta a la sociedad en su conjunto. Y en este contexto el valor del cuidado, sin división, en general ha sido preponderante.
Desde la Dirección de Enfermería, tuvimos este marco claro desde el comienzo y así Arias, Collar, Carballo, Cazallo, Díaz-Tendero, Heras, Parra, Real y Soria, conformamos un equipo que permitió constantemente resituar la atención en las necesidades de las personas más que en el SARS-CoV-2. A esto hay que sumar la premisa estructural de un Hospital en un solo nivel, que permitió diseñar un cuidado sustancialmente distinto al que es posible en Hospitales con controles estancos y habitaciones igualmente estancas: en el Hospital Covid-19 IFEMA las personas vivían su situación de salud e interactuaban en función de la misma y las enfermeras facilitaban su proceso de mejora.
Unas enfermeras, magníficas, que por su perfil Familiar y Comunitario, así como en Emergencias y Urgencias hacían suyo cada caso, personalizándolo, buscando la continuidad en la responsabilidad de la atención, identificando a cada una de las personas que trataban y acompañándolas sin intercambios profesionales en la medida de las posibilidades clínicas durante su ingreso.
¿Qué ha sido lo más duro?
Quizá reponerse a la sensación de derrota inicial, de pérdida constante y de impotencia, que se transmitía constantemente, en los primeros días, en los distintos medios. Una avalancha de información y desinformación que, si no se huía de ella, podía hacerte llegar a caer en la desesperanza.
Fue duro centrarse en el momento, no mirar más allá, y recordarse a uno mismo y a los demás que lograríamos hacer frente a la situación, que las personas que nos necesitaban confiaban en nosotros.
Eso fue muy duro, gestionar el sufrimiento, el aislamiento, las muertes que se producían y reponerse día tras día al llegar a casa para afrontar el siguiente turno, la siguiente guardia en, como diría Jigoro Kano, “actitud de estar dispuesto”.
La situación, además, más allá de la carga clínica, se movía en el plano personal pues quién más, o quién menos, había vivido un contagio cercano, de mayor o menor gravedad, y la preocupación flotaba en el ambiente.
Como pandemia, la situación, a todos nos ha tocado de cerca y por ello sabíamos que había que sacar fuerzas de flaquezas, a veces de donde no había nada más, y nada menos, que la esperanza de que lograríamos que la situación cambiará, sin permitirse a uno mismo, ni a los compañeros, caer en el desánimo.
Todo esto fue duro; pero en esa dureza surgió el buen clima de trabajo al saberse todo el mundo parte de algo que, junto con otros servicios públicos, voluntarios y trabajadores privados, se esforzaba para cambiar una tendencia en una comunidad entera. De esa dureza surgió la competencia de no dejarse arrastrar por el pesimismo y la incertidumbre. En ese sentido, también debo agradecer a Sarrión, mi Director Asistencial en Atención Primaria, el apoyo personal que me brindó en aquellos días, y posteriores, para hacer posible la realidad que hoy recuerdo.
Bueno, a veces el contexto, el lugar donde pasan las cosas, hace que los recuerdos afloren. En ese sentido, y salvando plenamente las distancias, el lugar donde se situó el Hospital, el Recinto Ferial Ifema, ya había formado parte de otro episodio doloroso y duro para la Comunidad de Madrid como son los terribles atentados del “11 de Marzo”. En aquella, y por otras circunstancias, también tuve que acudir y estar presente esa fatídica noche.
Por aquel entonces era Subdirector de Enfermería del antiguo Área 11 de la Comunidad de Madrid, y en aquellos atentados falleció una gran compañera y amiga, Inés Novellón, a quién siempre recordaré, y como digo, aquella noche permanecí con su familia hasta que se recibió la noticia de su fallecimiento.
Esa noche, y los días posteriores, Madrid se colapsó. Toda la Comunidad se volcó en la atención de cualquiera que hubiese sido afectado, centrándose en las personas, en su padecimiento, sin importar la cualificación que cada quién pudiera tener; dando todos cualquier fuerza, y apoyando con el espíritu para salir adelante en un momento en el que parece que todo se derrumba.
Quizá, en ese sentido, y en cierta medida, en cuanto a la dedicación, el esfuerzo y la entrega para el otro y por el otro de una Comunidad entera, sí que he recordado algo parecido.
Por otro lado, y ya en el plano organizativo y estructural, el Hospital Covid-19 IFEMA, me ha recordado a hospitales que he podido visitar, durante mis estancias en el extranjero con el Grupo de Investigación MISKC de la Universidad de Alcalá como con la Red Internacional de Enfermería Informática (RIEI), en Suecia. Allí pude ver estructuras hospitalarias horizontales donde las personas podían interactuar entre sí, y con su entorno, saliendo, dependiendo de su estado de salud, de sus camas directamente a espacios comunes en los que potenciar su recuperación en salud, en vez de permanecer en sus habitaciones como zona de estancia primordial durante la hospitalización.
En este sentido, considero que la estructura del Hospital Covid-19 IFEMA ha sido un acierto pleno que debería marcar un paradigma nuevo en el escenario del diseño hospitalario. Además, en este diseño horizontal, es mucho más sencillo distribuir a las personas según su vulnerabilidad y fragilidad, gestionándose los recursos tanto humanos como estructurales, de forma mucho más eficiente sin necesidad de fragmentar la atención y etiquetar las condiciones de las personas atendidas. La persona es el centro de la atención y es su condición de salud, y no la especialidad de uno u otro grupo profesional, la que condiciona la atención y el flujo de procesos y recursos.
¿Algún momento que no se le vaya a olvidar?
Ahora que ya ha pasado algo más de tiempo desde el día en el que se vació el Hospital Covid-19 IFEMA la verdad es que es cuando aparecen numerosos recuerdos de lo vivido, y los hechos, especialmente los más dolorosos y complicados, dejan paso a recuerdos más enriquecedores emocionalmente. Recuerdo caras, a veces más bien miradas sobre mascarillas, de compañeros, de pacientes, y en ellas, a pesar de las situaciones, recuerdo un tinte de ánimo y agradecimiento. Todos estábamos agradecidos porque todos dábamos algo y recibíamos algo.
Me acuerdo muchísimo de mis compañeras en la dirección, de mi directora Verónica, la dinámica de trabajo del equipo donde las reuniones de dirección, las sesiones clínicas, los cambios de guardia, etc., eran espacios de apoyo y aprendizaje siempre con una sonrisa y una palabra amable de ánimo.
Recuerdo a las empresas que se han mantenido ahí hasta el final, y a sus trabajadores que en todo momento cuidaban de nosotros con sus cafés, sus refrescos, sus alimentos, y que no desfallecían, atendiéndonos desde la mañana a la noche. Creo que tarde o temprano todos los que estuvimos allí soñaremos con el “autobús del Viena” y sus “palmeras de chocolate”
Pero en especial, recuerdo las noches en el despacho de la Supervisión Enfermera, aquel despacho tenía un ventanal enorme desde el que se divisaba completamente todo el Pabellón 9, con sus 750 camas de cuidados hospitalarios y sus 64 camas de cuidados intensivos. Recuerdo la sensación de responsabilidad, en aquel momento de penumbra y de silencio absoluto, entre cada ronda de supervisión nocturna durante el desvelo necesario en el cuidado. En esos momentos me hacía más consciente del peso que, entre todos, estábamos soportando; un peso que hacía que las personas que cuidábamos y a las que podía ver, descansaran en la mayoría de los casos y cogieran fuerzas para afrontar un día más. Esa sensación, en lo “alto del muro de hielo”, no la voy a olvidar jamás.
¿Volvería si fuera necesario?
Sí, sin duda. Se ha hecho, hemos hecho lo debido. Enfermería ha demostrado tanto en Hospital Covid-19 IFEMA, como en la Atención Primaria, además de los Servicios de Urgencia y Emergencia Extrahospitalaria y en el espacio Sociosanitario, que está a la altura de una contingencia de semejante magnitud.
Volvería a ir a sabiendas de los momentos que tendría que vivir, como en la película de “La llamada”, pues es en estos momentos de especial exigencia profesional cuando uno siente de forma más intensa el valor del camino que decidió recorrer en la vida, el camino del cuidado.
Enfermería tiene un compromiso social, soportado por miles de compromisos individuales, y lo hemos asumido; y sí, como enfermero que soy, volvería a asumirlo desde luego, sin lugar a duda.
¿Cree que la Enfermería se ha redescubierto con esta pandemia?
Leía el otro día en Twitter, desde mi cuenta @chesantgar, una cita atribuida a Nightingale en la que decía “utilizo la palabra enfermería a falta de otra mejor”. Considero, sin entrar en un análisis arqueo-genealógico de la cita en sí, que en mi caso empleo Enfermería porque no hay ninguna mejor.
Me refiero con esto a que no es que Enfermería se haya redescubierto, es que muchos han descubierto Enfermería en esta situación mundial de crisis de salud.
Enfermería, con su “Cuidadología” y su “Cuidadosofía”, es una disciplina plena que ha demostrado que es imprescindible cuando “la necesidad aprieta”; lo que no quita que otros rápidamente obvien la llamada que se nos ha hecho y el resultado que hemos obtenido, para querer volver a un ‘estatus quo’ donde cualquier aspecto social reproductivo de la salud, como el que otorga Enfermería, sea paliado por el valor de mercado de la atención sanitaria, algo que normalmente se emplea como equivalente pero que para nada lo es.
Soy más de la tradición cultural de Andrés Fernández, un enfermero, el primero, que escribió el primer libro de Enfermería (“Instrucción de Enfermeros” de 1617 y posteriores ediciones). En este sentido, considero el saber enfermero un saber evolutivo, recursivo, que aprende de cada experiencia (como escribiera Fernández “lo que tanto me costó en veinticuatro años de experiencia”), de cada vuelta, cada análisis que se realiza cobre el conocimiento previo, no para llegar más allá, sino para ganar tiempo al tiempo de cada vida.
Y en esta pandemia el foco personal, comunitario e institucional ha sido la higiene, la seguridad, la precaución, atender a la necesidad del otro, el valor de estado de cuidado previo, lo importante de la acción colectiva, la atención al dolor, al miedo y a la incertidumbre. Está claro que con ella se ha puesto de manifiesto el valor del cuidado en sí, como única estrategia plausible para el mantenimiento de la salud en el siglo XXI, algo que, en sí, solo que, de forma evolucionada, es Enfermería clásica.
Cierto es que Enfermería requiere del desarrollo institucional, de una vez y por todas, de las facultades que le están legalmente reconocidas. Así la prescripción enfermera, sistemas de salud basados en las especialidades enfermeras, un sistema de información centrado en los problemas de cuidados de la población, el acceso a los niveles de gestión oportunos para desarrollar una labor estratégica y táctica y no meramente operativa, y una investigación en cuidados liderada por doctoras y doctores enfermeros, son necesarios para garantizar el éxito en la atención sanitaria de los siguientes rebrotes que puedan acontecer, así como para preparar a la sociedad ante potenciales nuevos peligros.
Y de no ser así, Enfermería volverá a salir al paso de la necesidad que surja, pero se habrá perdido un tiempo insustituible que repercutirá en el nivel de salud y las vidas de los ciudadanos y ciudadanas de este país.
Era y es el Año de la Enfermería; y lo ha sido y lo está siendo porque el reconocimiento de esta disciplina no ha tenido que ser demandado ni forzado, ha devenido del valor demostrado en la confrontación de esta pandemia en todos los niveles asistenciales. El sistema de salud, la sociedad en general, se ha dado cuenta que sin el conocimiento y la acción enfermera, cualquier sistema de atención caerá. Se pueden montar estructuras, dotarlas de toda la tecnología y personal de otras disciplinas, pero si no hay enfermeras que cuiden, que velen por la salud de las personas, el sistema colapsará. En definitiva, esta pandemia ha traído a colación el valor intrínseco y explícito del cuidado.
Considero, por último, que es el momento de las teorías enfermeras, a través de ellas, de los modelos de sistemas de Neuman, de continuidad de Rogers, de unicidad de Watson, además de la necesaria transculturalidad de Leininger y la arquitectura de Orem, se puede dar soporte estructural a la filosofía de Henderson centrada en la necesidad. Una necesidad que ha sido explicitada, como vengo comentando, por la pandemia del COVID-19
El siglo XXI es el siglo del cuidado, de su pensamiento, su lenguaje y su práctica. En definitiva, a las enfermeras se las debe no solo escuchar, sino permitirlas diseñar y dirigir un nuevo modelo de atención a la salud que posibilite un cambio de un modelo que, con más de un siglo de hegemonía, ya se había demostrado frágil ante la cronicidad, y que ahora se ha evidenciado quebradizo ante esta pandemia.
La situación vivida ha puesto de manifiesto que, sin el cuidado, como sociedad, no sobreviviremos.